“Nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual”, nos señala el célebre Gabriel García Márquez para explicarnos el poder que ha adquirido el lenguaje en nuestro tiempo.
Pensar en el origen del lenguaje es tratar de descubrir el eslabón perdido de la evolución humana; lo cierto es que desde la comunicación que se instaló en pequeños grupos humanos hasta lo que ocurre en la actualidad, en donde conviven las muchas lenguas, ha pasado mucha agua bajo el puente: nunca antes en la historia los humanos hemos estado tan comunicados.
Por todos es sabido y “reconocido” que nuestra lengua española es de una riqueza incomparable en cuanto a lo fónico, lo sintáctico y sobre todo lo semántico. Por lo mismo, esta misma riqueza hace difícil su aprehensión y estudio.
Difícil debe haber sido ‘fijar’ el idioma en sus inicios, ya que la oralidad se mueve con mucha rapidez y los cambios deben haberse producido con mayor movilidad que en la actualidad. En nuestros días muchos deben pensar que vivimos en una estabilidad del español y que nada debe estar cambiando. Esta aparente calma del castellano se debe a la gran cantidad de textos escritos que existen y que respaldan el correcto uso del idioma.
Es, a saber, que nuestra lengua no es algo inerte, sin vida, y bastan algunos ejemplos para ver cómo día tras día se introducen nuevos términos: chatear, mall, flaite y algunos no tan decorosos como “pasturri”, que aprendí de mis alumnos de un curso del primer semestre. En fin, una serie de vocablos que apuntan a lo concreto y a la acción. No podemos dejar de nombrar cómo algunas palabras van modificando su significado original: como “LUCRO”, que debe estar pasando por sus peores días y que ha sido vilipendiada, humillada y destinada a quemarse en el infierno, por los siglos de los siglos.
Además de lo anterior, resulta preocupante cómo ciertos vicios idiomáticos propios de la oralidad se han traspasado a la escritura, sin mediar tregua alguna y es así como escribimos “peliar”, sin problemas; o el “haiga” que a muchos les parece tan normal. La deformación en la lengua oral se permite en instancias informales, incluso entre hablantes cultos. Sin embargo, es en la escritura, que es perenne, donde muchos errores se pagan con creces: al “así como te ven te tratan”, podemos agregar “así como escribes y hablas te valorarán”, sobre todo en el ámbito laboral.
Estamos llamados a cuidar nuestra lengua: no permitir que los gestos suplan las palabras, que enriquezcamos nuestro léxico, que reconozcamos el peligro que implica trasladar el lenguaje del chat a los textos formales. Esta labor debemos emprenderla todos, ya que nuestro hermoso castellano lo conformamos cada uno de nosotros, sin excepción.