León Trahtemberg
La pregunta es si países como el Perú que tiene 90,000 colegios, aun contando con funcionarios honestos y capaces, pueden realmente reformar la educación escolar desde el gobierno central para que las escuelas produzcan una educación de calidad, cuando lo más que pueden hacer es dar algunas normas generales, curriculares y hacer asignaciones presupuestales.
Parece imposible. Lo que se requiere es replantear el modelo de gestión y colocarse en otro escenario, reconociendo su incapacidad para transformar desde el ministerio el quehacer educativo en las aulas. La pregunta que debe guiar su acción política y presupuestal debiera ser "cómo hacemos para encender los motores internos de cada colegio para que estos logren elevar el desempeño de sus profesores y alumnos". Es decir, apostar por la energía interna que produce la autonomía escolar a cargo del equipo docente de cada institución, liderada por un director que debidamente certificado debe ser el responsable de esa gestión autónoma. Así, se convierte la selección, formación y certificación de la suficiencia del director (considerado como cargo de confianza), en el pivote clave para la renovación educativa. Al director certificado se le deben dar las prerrogativas para manejar autónomamente su institución, con cargo a rendir cuentas por ello posteriormente.
En esta fórmula el rol del Gobierno pasa a ser el de auditor, evaluador, financista, certificador, brindando apoyo en capacitación y recursos, difusor de innovaciones, etc., pero no el de gestor directo del quehacer escolar individual, que por lo demás debiera ser distinto de una institución a otra.
El Minedu ha anunciado su propósito de elegir y capacitar directores idóneos. Le falta anunciar las prerrogativas que tendrán esos directores para la gestión autónoma eficaz.
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