Ay, Alfredo, no te rajes
Fernando Vivas / Lima
El martes pasado personalidades literarias, en una carta de respaldo al jurado del Premio FIL de Guadalajara (la capital de Jalisco), denunciaron “la peligrosa persecución moral en decisiones de tipo artístico”.
Yo creía que el purismo literario ya había sido muerto y enterrado el milenio pasado por personajes que, como Bryce y varios de los firmantes, se convirtieron en escritores mediáticos, escribieron por encargo, se fotografiaron con los bárbaros y negociaron contenidos. Con todo este “background” pragmático, que no hace sino revelar que su oficio, como el de tantos mortales, está impregnado de los trances de nuestro tiempo, no sé en nombre de qué privilegios nos piden que separemos la obra de Bryce de la persona de Bryce para premiarlo y luego volvamos a juntarlas para indultarlo. Hay otro argumento no explícito en la escueta carta de apoyo al jurado, pero implícito en el premio: que los plagios de artículos periodísticos no perjudican la obra literaria. El mexicano Juan Villoro replica a esto:
“Probablemente entienden al periodismo como un género menor, susceptible de ser usado como la zona impune de un gran artista”.
Desde que aquí, en Lima, descubrimos que Bryce era plagiador serial, he insistido en que lo suyo fue un intento de trascender su puesto de entrañable segundo lugar de la literatura peruana (luego de Vargas Llosa), con la proyección periodística del intelectual cosmopolita y metomentodo. En su afán de parecer versado, plagió hasta un texto inédito sobre la educación en el Perú que le envió su entonces amigo Herbert Morote. Cuando este lo denunció, antes de descubrirse los otros plagios, Bryce se defendió diciendo que Morote antes había atacado a Vargas Llosa en su libro “Vargas Llosa tal cual” y ahora lo atacaba a él. En el prólogo de la reciente segunda edición de dicho libro, ciertamente crítico contra Vargas Llosa, Morote ajusta cuentas con Bryce y transcribe las notas positivas que este le hizo al manuscrito de la primera edición. El mexicano Fernando Escalante ha dicho que “el asunto Bryce está poniendo a cada quien en su sitio, con una claridad casi cruel”. Vargas Llosa no ha firmado la carta de respaldo al jurado y creo que muchos de los firmantes siguen repensando el tema, luego de enterarse de que la FIL lamenta el premio y no quiere ver al premiado en Jalisco.
Si los amigos de Bryce nos dijeran que “Alfredo se arrepiente, ya pagó sus multas y solo pedimos que lo dejen proseguir su carrera literaria sin restregarle sus faltas eternamente”, podría simpatizar con ese lobby. Pero hay un lobby nada entrañable, que ha venido buscándole premios, menciones y estampando su silueta en bolsas de libros como para que olvidemos las faltas y solo retengamos al escritor. La estrategia estaba resultando hasta que el premio FIL revivió el escándalo. Y ahora susurran “ay, Alfredo, no te rajes”.
Ese mismo lobby está atento al resultado de los dos juicios que Bryce, lejos de estar arrepentido, ha entablado contra la sanción del Indecopi. Los abogados que lo defienden, Martín Ruiz y Luis Ricardo Morello, son del mismo Estudio Ghersi que, con razón, demandó a Hernando de Soto por no colocar el nombre de sus coautores Enrique Ghersi y Mario Ghibellini en “El otro sendero”. Y así hay quienes nos reclaman que respetemos la pureza de la obra, cuando el autor plagia, quiere cobrar los US$150 mil del premio y litiga para que le devuelvan las multas. No se pasen.
El martes pasado personalidades literarias, en una carta de respaldo al jurado del Premio FIL de Guadalajara (la capital de Jalisco), denunciaron “la peligrosa persecución moral en decisiones de tipo artístico”.
Yo creía que el purismo literario ya había sido muerto y enterrado el milenio pasado por personajes que, como Bryce y varios de los firmantes, se convirtieron en escritores mediáticos, escribieron por encargo, se fotografiaron con los bárbaros y negociaron contenidos. Con todo este “background” pragmático, que no hace sino revelar que su oficio, como el de tantos mortales, está impregnado de los trances de nuestro tiempo, no sé en nombre de qué privilegios nos piden que separemos la obra de Bryce de la persona de Bryce para premiarlo y luego volvamos a juntarlas para indultarlo. Hay otro argumento no explícito en la escueta carta de apoyo al jurado, pero implícito en el premio: que los plagios de artículos periodísticos no perjudican la obra literaria. El mexicano Juan Villoro replica a esto:
“Probablemente entienden al periodismo como un género menor, susceptible de ser usado como la zona impune de un gran artista”.
Desde que aquí, en Lima, descubrimos que Bryce era plagiador serial, he insistido en que lo suyo fue un intento de trascender su puesto de entrañable segundo lugar de la literatura peruana (luego de Vargas Llosa), con la proyección periodística del intelectual cosmopolita y metomentodo. En su afán de parecer versado, plagió hasta un texto inédito sobre la educación en el Perú que le envió su entonces amigo Herbert Morote. Cuando este lo denunció, antes de descubrirse los otros plagios, Bryce se defendió diciendo que Morote antes había atacado a Vargas Llosa en su libro “Vargas Llosa tal cual” y ahora lo atacaba a él. En el prólogo de la reciente segunda edición de dicho libro, ciertamente crítico contra Vargas Llosa, Morote ajusta cuentas con Bryce y transcribe las notas positivas que este le hizo al manuscrito de la primera edición. El mexicano Fernando Escalante ha dicho que “el asunto Bryce está poniendo a cada quien en su sitio, con una claridad casi cruel”. Vargas Llosa no ha firmado la carta de respaldo al jurado y creo que muchos de los firmantes siguen repensando el tema, luego de enterarse de que la FIL lamenta el premio y no quiere ver al premiado en Jalisco.
Si los amigos de Bryce nos dijeran que “Alfredo se arrepiente, ya pagó sus multas y solo pedimos que lo dejen proseguir su carrera literaria sin restregarle sus faltas eternamente”, podría simpatizar con ese lobby. Pero hay un lobby nada entrañable, que ha venido buscándole premios, menciones y estampando su silueta en bolsas de libros como para que olvidemos las faltas y solo retengamos al escritor. La estrategia estaba resultando hasta que el premio FIL revivió el escándalo. Y ahora susurran “ay, Alfredo, no te rajes”.
Ese mismo lobby está atento al resultado de los dos juicios que Bryce, lejos de estar arrepentido, ha entablado contra la sanción del Indecopi. Los abogados que lo defienden, Martín Ruiz y Luis Ricardo Morello, son del mismo Estudio Ghersi que, con razón, demandó a Hernando de Soto por no colocar el nombre de sus coautores Enrique Ghersi y Mario Ghibellini en “El otro sendero”. Y así hay quienes nos reclaman que respetemos la pureza de la obra, cuando el autor plagia, quiere cobrar los US$150 mil del premio y litiga para que le devuelvan las multas. No se pasen.
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