AGRADECIDOS POR SU VISITA

FACEBOOK

jueves, 30 de mayo de 2013

Jack y los frijoles mágicos

Jack y los frijoles mágicos


Jack y los frijoles mágicos
Anónimo. Recopilado en “El libro de las hadas”, de Miss Mulock.

Traducción del inglés: Fernando Montesdeoca

En los tiempos del Rey Alfred, una pobre mujer viuda vivía en su cabaña a varias millas de Londres. A su único hijo, llamado Jack, lo había consentido tanto, que se volvió flojo, descuidado y caprichoso. Poco a poco él había gastado todo lo que tenían, y escasamente les quedaba algo de valor, excepto una vaca. Un día, por vez primera ella le reprochó: “¡Eres un cruel, cruel muchacho! ¡Me has llevado a la miseria. No tengo ya dinero ni para comprar siquiera un pedazo de pan; nada queda por vender más que mi pobre vaca! Me duele deshacerme de ella, pero no vamos a pasar hambre.” Jack sintió remordimiento, pero le pasaron pronto, así que luego comenzó a pedirle a su madre que lo dejara vender la vaca en el pueblo más cercano, e insistió tanto, que ella por fin estuvo de acuerdo.
Mientras Jack iba de camino se encontró a un carnicero, quien le preguntó por qué sacaba a su vaca  de casa. Jack le respondió que iba a venderla. El carnicero llevaba unos extraños frijoles en su sombrero; eran de varios colores y llamaron la atención de Jack, lo cual no pasó desapercibido para el hombre, quien, conociendo el descuidado carácter de Jack, pensó que era el momento de sacar ventaja; le preguntó cuál era el precio de la vaca, ofreciéndole al mismo tiempo todos los frijoles a cambio de ella. El tonto muchacho apenas si podía disimular su alegría por lo que suponía era una gran oferta: el trato se cerró de inmediato y la vaca entregada a cambio de unas simples semillas de frijol. Jack regresó contento a su casa y llamó a su madre aún antes de alcanzar la puerta.
Cuando ella vio los frijoles y escuchó la historia, su paciencia se agotó. Arrojó los frijoles por la ventana y lloró con amargura. Jack intentó consolarla en vano y, sin tener nada que comer todavía, ambos se fueron a dormir. Cuando Jack despertó a la mañana siguiente notó que algo fuera de lo común pasaba, pues una gran sombra oscurecía la ventana de su cuarto. Corrió escaleras abajo hacia el jardín, donde se encontró con que los frijoles habían echado raíces y crecido sorprendentemente: los tallos que se levantaban de la tierra eran inmensos y gruesos; habían crecido enroscándose entre sí hasta formar una especie de escalera en forma de cadena, y tan alta, que parecía perderse entre las nubes. Jack era un muchacho aventurero, así que decidió escalar hasta arriba. Corrió a avisarle a su madre, sin dudar que ella estaría tan entusiasmada como él; pero no fue así y le dijo que no debería ir porque le rompería el corazón verlo partir. Le rogó y lo amenazó, pero todo fue en vano. Jack salió de la casa y tras trepar algunas horas, llegó bastante cansado hasta arriba. No había ni árboles, ni arbusto, ni casa o criatura viviente alrededor.
Jack se sentó pensativo sobre una piedra y pensó en su madre; reflexionó con pesar por su desobediencia y concluyó que se iba a morir de hambre allá arriba. De todos modos, se levantó y siguió caminando con la esperanza de ver alguna casa en donde podría pedir algo de comer y beber. No encontraba nada hasta que, a lo lejos, vio a una hermosa joven que caminaba completamente sola. Iba vestida de manera elegante y llevaba una vara blanca en cuyo extremo  se encontraba un pavorreal de oro puro. Jack, que a pesar de todo era caballeroso, se dirigió a ella con amabilidad, pero antes de decir nada, ella, con una sonrisa encantadora, le preguntó que cómo había llegado ahí. Él le contó la historia de las semillas y del crecimiento portentoso de la planta, a lo cual ella correspondió con otra pregunta: “Dime muchacho, ¿acaso tú recuerdas a tu padre?”
“No, señora; pero estoy seguro que hay algún misterio sobre él porque, cuando se lo menciono a mi madre ella siempre se pone a llorar, sin contarme nada”
“No se atreve”. Contestó la dama, “pero yo sí puedo, y quiero hacerlo. Para que lo sepas, joven, yo soy un hada, y era la guardiana de tu padre; pero las hadas somos regidas por leyes, al igual que los mortales; y, por un error de mi parte perdí mis poderes por un periodo de años, de tal modo que me fue imposible ayudar a tu padre cuando él más me necesitó, y entonces murió”. Mientras contaba esto, el hada lo miraba con tal pesadumbre, que el corazón de Jack se conmovió y le rogó que continuara con su relato.
“Lo haré”, le contestó ella, “sólo que debes prometer obedecerme en todo lo que yo te digo, o de lo contrario perecerás”.
Jack era valiente, y además, su fortuna y la de su madre eran ya tan malas, que no podían ponerse peor –así que prometió obedecer al hada.
El hada entonces continuo de esta manera su historia: “Tu padre, Jack, fue el más hombre más excelente, amigable y generoso que te puedas imaginar. Tuvo una buena esposa, fieles sirvientes y riqueza; pero se topó con un falso amigo: un gigante a quien tu padre había socorrido, y que correspondió a su amabilidad dándole muerte y adueñándose de todas sus propiedades; incluso obligó a tu madre a prometer que nunca te dijera nada acerca de tu padre, pues de lo contrario los mataría a los dos. Yo no pude ayudarlos”, agregó el hada, “porque mi poder sólo regresaría el día en que vendieras tu vaca. Fui yo quien te impulsó a tomar los frijoles que germinaron y crecieron tan rápido, y yo te inspiré con el deseo de subir hasta aquí; porque es aquí donde vive ese malvado gigante. Ahora eres tú quien debe vengar su muerte y librar al mundo de este monstruo que no ha hecho más que el mal. Yo te ayudaré, y así tomarás posesión de su casa y todas sus riquezas, ya que todas ellas pertenecían a tu padre, y por lo tanto son tuyas. Por ahora adiós, y no dejes saber a tu madre de que estás enterado de la historia de tu padre; este es mi mandato, y si me desobedeces sufrirás por ellos. Ahora ve.” Jack preguntó hacia dónde debería ir. “Sigue el camino recto hasta que veas la casa donde el gigante vive. Deberás actuar de acuerdo a tu propio juicio ¡Adiós!”, concluyó, y regaló al joven con una benévola sonrisa al mismo tiempo que se esfumaba en el aire.
Jack continuó caminando hasta después del anochecer cuando, para su gran alegría, descubrió la enorme mansión. Una mujer estaba cerca de la entrada y él la abordó de inmediato rogándole que le diera una rebanada de pan y un lugar para pasar la noche. Ella se sorprendió mucho y le dijo a Jack que casi nunca se veía a un ser humano cerca de la casa, porque todos sabían que su esposo era un muy poderoso gigante que siempre que prefería, por sobre todo, la carne humana fresca.
Jack se aterrorizó al escucharla, pero aun así esperaba librarse del gigante, así que le suplicó a la mujer que lo dejara pasar sólo esa noche ahí. Finalmente se compadeció de Jack y lo llevó al interior de la casa a través de muchas y espaciosas habitaciones magníficamente amuebladas, aunque de apariencia desolada. Llegaron a una oscura galería. El pobre Jack desconfió de la mujer que lo había conducido hasta ahí, pero ella lo invitó amablemente a sentarse y le ofreció una cena abundante, así que Jack recobró la confianza. Incluso comenzaba a disfrutar el momento cuando se oyeron unos perturbadores golpes que provenían de la puerta de entrada y que hacían sacudirse a la casa entera.
“¡Ah! Ese es el gigante, y si te ve aquí te matará, y a mí también”, gritó temblando la pobre mujer. “¿Qué puedo hacer?”
“¡Escóndeme en el horno!”, le contestó Jack, sintiéndose fuerte al pensar que por fin iba a encarar al asesino de su padre. Se arrastró para entrar en el horno —que por supuesto no estaba encendido— y desde ahí escuchó el ruidoso vozarrón del gigante y sus pesados pasos acercarse hasta la cocina, en donde entró regañando a su esposa. Por fin se sentó a la mesa a devorar grandes trozos de carne mientras Jack lo espiaba a través de una rendija en el horno. Cuando terminó llamó a su esposa con voz de trueno: “¡Trae mi gallina!” Ella obedeció y en un momento regresó con una hermosa gallina que puso sobre la mesa.
“¡Pon!”, rugió el gigante, y la gallina puso de inmediato un huevo de oro sólido.
“¡Pon otro!”, repitió, y a cada vez que el gigante lo ordenaba las gallina ponía otro huevo, más grande aún que el anterior. Así estuvo un buen rato con su gallina, hasta que envió a su esposa a la cama, mientras él se quedaba dormido, recostado cerca del horno. Roncaba como un cañón rugiente.
Jack salió entonces del horno, se apoderó de la gallina y salió corriendo con ella hasta encontrarse fuera de la casa y llegar al tronco de la planta de frijol por el cual descendió a salvo.
Su madre, al verlo, estaba radiante de felicidad, pues temía que hubiera tenido un mal fin.
“Nada de eso, madre, y ¡mira!, le dijo mostrándole la gallina. “Ahora pon”, le ordenó a ésta, y la gallina obedeció y puso tantos huevos de oro como él quiso. Jack contó a su madre sus aventuras, pero tuvo buen cuidado de cumplir su promesa y no decir nada de su encuentro con el hada, ni de lo que ésta le había contado.
Una vez vendidos los huevos, tuvieron suficiente dinero y durante algunos meses vivieron felices, hasta que Jack decidió trepar otra vez para llevarse algo más de las riquezas del gigante. Su madre insistió y rogó para tratar de disuadirlo; le hizo ver en que en esta segunda ocasión debía tomar en cuenta que la esposa del gigante ya lo conocía, y que sin duda éste no querría otra cosa que atraparlo y vengarse de él dándole muerte por haber robado su gallina. Al darse cuenta que era inútil convencer a su hijo, dejó de insistir, pero decidió prepararle un disfraz, de modo que la esposa del gigante pudiera reconocerlo.
Así, unos días más tarde, Jack se levantó muy temprano, y sin que nadie pudiera percibirlo, trepó la planta por segunda vez. Llegó a la mansión del gigante al atardecer. La misma mujer estaba a la puerta de la casa, como en la ocasión anterior. Jack la abordó, le contó una historia de penurias y le pidió su ayuda para comer y beber algo, así como un lugar para pasar la noche. Ella le dijo lo mismo que la ocasión anterior acerca de su cruel esposo y sus costumbres, pero agregó que una noche había admitido en las mismas condiciones a un pobre y hambriento muchacho, que desagradecidamente había robado uno de los tesoros del gigante; desde entonces su esposo se había vuelto más cruel y la reprendía todo el tiempo por ser la causa de su infortunio. Jack se apenó, pero no reveló nada y después de mucho trabajo, logró convencerla. De la misma manera que la vez anterior lo condujo por la casa hasta la cocina, en donde después de comer y beber lo escondió en una vieja bodega hecha de maderos.
El gigante regresó como siempre, se sentó a la mesa junto al fuego y de pronto exclamó:
“Huele a carne humana!”
Ella replicó que eran los cuervos, que habían traído un pedazo de carne cruda, dejándola en el techo de la casa. Mientras ella le preparaba la cena, el gigante se ponía cada vez de peor humor y la regañaba por la pérdida de su gallina maravillosa. Tras terminar de comer gritó:
“Tráeme algo para divertirme —mi arpa, o mis bolsas de monedas”.
“¿Cuál prefieres, querido?”, preguntó ella temblorosa.
“Mis bolsas de monedas de oro, porque son más pesadas”, tronó él.
Tambaleándose por el peso excesivo, ella regresó con las bolsas, que eran dos; llenas hasta el borde de monedas de oro, y las vació sobre la mesa, mientras el gigante comenzaba a contarlas con gran satisfacción. “Ahora vete a la cama, tú, vieja tonta”, agregó, dicho lo cual ella se alejó temerosa.
Jack, desde su escondite observaba al gigante, sabiendo que se trataba del dinero de su pobre padre. El gigante, ignorante de que era observado contó todas las monedas y las regresó a las dos bolsas, que ató cuidadosamente para colocar después junto a su silla, en donde estaba echado su pequeño perro guardián para cuidarlas. Al poco rato se quedó dormido. Cuando Jack se sintió seguro salió para robar las bolsas, pero en cuanto puso sus manos sobre ellas, el perro, al cual no había descubierto, salió de debajo de la silla del gigante y comenzó a ladrar furiosamente. En vez de escapar, Jack permaneció inmóvil,; sin embargo, el gigante continuó dormido, y Jack, viendo un pedazo de carne, se lo arrojó al perro, que al instante dejó de ladrar y comenzó a comer; entonces cargó las bolsas, una sobre cada hombro, pero eran tan pesadas que le tomó dos días completos para descender llegar hasta su casa. Con las dos bolsas de oro  remodelaron su cabaña, la amueblaron y vivieron más felices que nunca antes.
Durante tres años Jack no volvió a subir otra vez, porque temía hacer con ello infeliz a su madre. Sin embargo, conforme pasaban los días, el impulso de subir era más fuerte, así que comenzó a hacer preparativos en secreto. Preparó un nuevo disfraz, mejor que el anterior, y cuando llegó el verano, se levantó en cuanto aparecieron las primeras luces del día y sin avisar, subió otra vez. Siguió el camino, como las veces anteriores, llegó a la mansión del gigante al atardecer, y de igual manera encontró a la esposa de éste cerca de la puerta. Jack se había disfrazado tan bien que ella no pareció reconocerlo en modo alguno; pero cuando suplicó ayuda pretextando pobreza, encontró mucho más difícil convencerla. Al final, sin embargo, lo logró y después de comer y beber en la cocina, como las veces anteriores, ella lo escondió en el interior de una vieja caldera. Cuando el gigante regresó exclamó con furia: “Huelo a carne humana”, pero Jack sabía que era su manera habitual de proceder y no se preocupó, pero esta vez el gigante se levantó de su sitio, y sin hacer caso de las palabras de su esposa, comenzó a buscar por todo el cuarto. Mientras sucedía esto, Jack estaba aterrorizado, pero cuando el gigante se acercó derecho a la caldera se dio por muerto. Nada sucedió, sin embargo, porque el gigante no se tomó la molestia de levantar la tapa, sino que se sentó por fin, cerca del fuego, a devorar su enorme cena y a beber abundante vino. Cuando terminó le ordenó a su esposa que le trajera su arpa. Jack espió bajo la tapa de la caldera y vio la más hermosa y fina arpa que hubiera imaginado jamás. El gigante la puso sobre la mesa y dijo: “¡Toca!”, y el arpa tocó por su propia cuenta las más exquisita música. El gigante no parecía apreciarla de manera, de modo que ésta acabó por dormirlo, aún más pronto que lo usual. En cuanto a su esposa, se había retirado a la cama tan pronto como el gigante dejó de necesitarla.
En cuanto Jack se sintió seguro, salió de la caldera y tomando el arpa corrió, pero estaba encantada por un hada, y tan pronto como se encontró en manos extrañas, empezó a gritar, tal como si estuviera viva: “¡Amo! ¡Amo!” El gigante despertó y vio a Jack huyendo tan rápido como sus piernas se lo permitían.
“¡Oh tú, villano! Tú eres quien robó mi gallina y mis bolsas de oro, y ahora quieres robar mi arpa también. Espera a que te alcance y te comeré vivo.
“¡Muy bien: inténtalo!”, gritó Jack, que no sentía ya ni una pizca de miedo, porque veía que el gigante estaba demasiado bebido para poder apenas ponerse de pie; en cambió él tenía piernas jóvenes y la conciencia despejada; así que, llegó mucho antes hasta el tronco de la planta de frijol y descendió por ella tan rápido como pudo, mientras el arpa sonaba con la más triste música, hasta que le ordenó “Detente”, y el arpa se detuvo.
En cuanto Jack llegó al suelo encontró a su madre sentada a la puerta de la cabaña, llorando en silencio. “Aquí estoy madre, no llores; sólo pásame pronto el hacha”, la urgió, porque no había tiempo que perder: veía al gigante que ya descendía por el tronco, pero era demasiado tarde. Con su hacha Jack cortó el tallo y el gigante cayó de cabeza y murió al instante. En ese momento el hada apareció y le explicó todo a la madre de Jack, rogándole que lo perdonara, pues estaba segura de que la haría feliz por el resto de sus días.

0 comentarios :

Publicar un comentario